La relación de Lisa Marie Presley y Michael Jackson: un matrimonio sin sexo ni amor, a la sombra de las acusaciones por pedofilia

Arte y Espectáculo 13 de enero de 2023 Celia Santana Celia Santana
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INFOBAE – Sucede en la nobleza, ocurre en el espectáculo: las casas reales se entrecruzan. Así fue como la hija de quien fuera el Rey del Rock se terminaría casando con el Rey del Pop. Lisa Marie Presley, integrante de la monarquía de la música popular de la segunda mitad del siglo XX, contraería matrimonio con Michael Jackson en 1994. Pero todo se remonta a dos décadas antes, exactamente.

Elvis dominaba Las Vegas y hacia allí fueron a cantar los Jackson 5. A pesar de ser el menor, Michael era el que se destacaba en el grupo. Había empezado desde muy chico y fue creciendo a la vista del público. En ese entonces él tenía 16 y Lisa, seis. Después de un recital, Michael y sus hermanos fueron al camarín de Elvis. Allí estaba Lisa, que enloqueció al ver a su ídolo musical, Michael Jackson. Elvis no estaba acostumbrado a estar en una sala y que la devoción no se dirigiera solo hacia él.

En las noches siguientes, Lisa fue a ver el show de los hermanos Jackson pero sin su padre. La nena fue acompañada por un batallón de guardaespaldas.

Luego pasaron años sin verse; y sin que el público los relacionara o siquiera pudiera imaginárselos juntos. La conducta de Michael era cada vez más estrafalaria. Lisa Marie solo aparecía en las revistas del corazón en eventos y estrenos, tan solo por ser la hija del Rey.

 
En mayo de 1994 sorprendieron al mundo con un sobrio pero festivo comunicado en el que avisaban que se habían casado en República Dominicana en una ceremonia austera y solitaria. Los periodistas buscaron precisiones, pero los protagonistas eran elusivos. Se recluyeron en Neverland, la fastuosa propiedad de Michael, que hasta contaba con zoológica propio. Entonces, la prensa recurrió a los familiares.

Priscilla Presley, la madre de Lisa Marie, no quiso dar declaraciones, aunque se la vio algo molesta, o desorientada. Al final apoyó a su hija: “Si ella es feliz, para mí está bien. Ojalá lo sea”, dijo, pero estaba convencida, por más que no lo expresara, de que el cantante estaba utilizando a su hija. En cambio en la familia Jackson, más populosa y desequilibrada en cuanto a fama y éxitos personales, siempre se encontró a alguien con una frase que asegurara un título contundente. Lo que algún hermano expresó fue lo mismo que muchos sentían. Parecía un matrimonio plástico, prefabricado. Una nube de sospecha sobrevolaba a la nueva pareja.

El matrimonio fue al menos oportuno. En el momento en que anunciaron su boda, Michael estaba tratando de superar las primeras acusaciones de abusos sexuales a menores de su carrera. También preparaba History, el álbum doble que traería nuevas canciones y grandes éxitos.

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Acostumbrado al éxito descomunal, a la adulación permanente y a establecer las reglas de la industria y de su propia vida, los últimos meses de Jackson habían sido malos. No podía dominar los eventos que solían revertirse y golpearlo sin que el estuviera listo para el impacto. Dangerous, su último disco, no había resultado el éxito que él esperaba. Esta línea debe matizarse: Dangerous fue un éxito enorme que vendió decenas de millones de copias. Pero Michael estaba insatisfecho. Desde Thriller solo quería superar las marcas del disco anterior. Pero eso era imposible. Thriller había sido un fenómeno irrepetible. Bad se convirtió en el segundo disco más vendido de la historia de un solista, y a él no le alcanzó. Había perdido las proporciones.

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A las graves denuncias se le sumaron las medidas que a pedido de los abogados del demandante tomó la Justicia. Debió desnudarse ante peritos y fue fotografiada cada parte de su cuerpo, en especial su pene, para determinar si la descripción que había hecho Jordie Chandler, el chico denunciante, se ajustaba a la realidad. A eso se le debía sumar la adicción que había desarrollado a los fármacos, en especial analgésicos y tranquilizantes que en algún momento -con ayuda de Liz Taylor– lo obligó a internarse para rehabilitarse.

En medio de este cúmulo de problemas, preocupaciones y hechos que solo erosionaban su imagen, el matrimonio intentó oxigenar su figura pública. Michael encontraba otros temas para estar en la portada de diarios y revistas.

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Para completar el perfil de la pareja hay que considerar que Lisa Marie tampoco era una chica acostumbrada a la normalidad. Su madre había dicho de ella: “Tuvo todo lo que una niña no debió tener ni podía apreciar”. Era una pequeña dictadora paseando por Graceland. Nadie que se criara en esa casa en compañía de ese Elvis pudo haber tenido una vida normal.

 
El día de la muerte de Elvis, mientras intentaban largas maniobras de resucitación, Lisa Marie, con nueve años, merodeaba entre los gritos de desesperación, los llantos, y vio el cuerpo de su padre tirado en el baño. Si cada vez que se cuenta la historia de esta pareja los cronistas se centran en las excentricidades de Michael, no se debe olvidar que Lisa Marie, al menos, estaba acostumbrada a eso, era su hábitat natural (una anécdota muy difundida cuenta que ella desayunaba con su padre una tarde -así eran los horarios en esa casa- y cuando en la televisión apareció un cantante que Elvis odiaba, Presley sacó un arma de debajo de su silla, disparó al aparato, apreció brevemente el destrozo y siguió comiendo). El viaje de Graceland a Neverland no significó un gran cambio para ella, que entendía la lógica del lugar y su dueño, o al menos la ausencia de ella.

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