El Instituto Cervantes reúne cultura y cotidianidad en su propia cápsula del tiempo

Internacionales 15 de mayo de 2024 Yerandi Santana Yerandi Santana
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Una cámara acorazada en el centro de Madrid guarda un peculiar tesoro: la máquina de escribir de Nicanor Parra, la agenda telefónica de José Saramago, un bombín del músico Joaquín Sabina, la medalla del Nobel de Medicina que ganó en 1906 Ramón y Cajal, una pulsera de latón rota que perteneció al padre de Elena Poniatowska y, sobre todo, muchos libros, borradores y manuscritos, algunos de ellos inéditos.

Es la “Caja de las Letras”, un proyecto del Instituto Cervantes que ocupa parte de los más de 1.700 cajetines de la antigua caja fuerte del Banco Español del Río de la Plata y con el que se busca conservar y documentar la riqueza de la cultura hispánica.

Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, explicó que “cada caja de alquiler donde antes se dejaban el dinero, las joyas o los documentos, se ha convertido en un lugar para hacer homenaje a los grandes nombres, las grandes personalidades de nuestras letras”.

 Aunque recibe ofertas de instituciones, universidades y fundaciones para adherirse a la iniciativa, es la institución encargada de la promoción del estudio y el uso del español en el mundo la que, pensando en el contexto de la cultura y aprovechando alguna efeméride, suele contactar a los depositarios. Salvo excepciones, los legados se quedarán durante varias décadas, o incluso indefinidamente, en la cámara antes de regresar a sus dueños o incorporarse a su Biblioteca Patrimonial.

Detrás de una pesada puerta metálica que se abre a un largo pasillo de doble altura con paredes recubiertas de casilleros metálicos de diversos tamaños —muchos de los cuales acusan el paso del tiempo—, descansan obras de Miguel Hernández, Pablo Neruda, Carmen Laforet, José Emilio Pacheco o Gioconda Belli, y primeras ediciones de los textos de Julio Ramón Ribeyro o Federico García Lorca, entre otros.

 
 Pero también hay objetos más mundanos como las gafas de Rafael Cárdenas, la pipa de Juan Eduardo Zúñiga, el mate de Claribel Alegría, la camisa que se ponía Fernando del Paso para buscar la inspiración cuando se sentaba a escribir y numerosos cuadernos de trabajo, fotografías personales y dibujos.

Este amplio y peculiar catálogo “sirve para unir la vida cotidiana con un tiempo y ese tiempo con la creatividad de muchos grandes autores”, apuntó García Montero en una entrevista con The Associated Press.

Desde el legado depositado por el escritor Francisco Ayala en 2007, a apenas unas semanas de cumplir los 101 años, hasta el del veterano cantaor de flamenco Antonio Fernández Díaz, “Fosforito”, el pasado martes, 166 personalidades e instituciones del mundo de las letras, el cine, la ciencia, el teatro o la música de todo el mundo han hecho sus contribuciones, incluyendo los ganadores del Premio Cervantes de Literatura.

La bailarina Alicia Alonso, fundadora del Ballet Nacional de Cuba, abrió las puertas de la cámara acorazada a la cultura latinoamericana en 2008. El contenido de la caja 1.029 —unas zapatillas de ballet y un manuscrito— solía estar apartado de la mirada de los curiosos en el sótano de la antigua entidad bancaria hispano-argentina fundada a fines del siglo XIX. Ahora ocupa por primera vez parte de la planta noble del icónico edificio, custodiado por cuatro imponentes cariátides en su fachada, junto a un centenar de legados que se exponen al público por tiempo limitado.

AP

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