La presencia de radón, incluso en niveles bajos, ha sido relacionada, en un estudio reciente, con un mayor riesgo de leucemia infantil.
El radón, un gas natural, es un producto de la desintegración radiactiva del uranio, presente en determinadas rocas y tierras. Tras escapar del suelo, el propio radón se desintegra y emite partículas radiactivas que pueden introducirse en el organismo y acumularse en muchos tejidos, donde pueden dañar o destruir el ADN de las células, lo que puede provocar cáncer.
Inodoro, insípido e incoloro, el gas radón se diluye rápidamente al aire libre, volviéndose inofensivo. Pero en interiores o en zonas con escaso intercambio de aire, puede concentrarse hasta niveles peligrosos y está reconocido como un importante factor de riesgo de cáncer de pulmón.
El radón, que se mide con pequeños detectores pasivos y se elimina mediante ventilación pasiva o activa en sótanos y entrepisos, no se ha relacionado con otros tipos de cáncer, según la Organización Mundial de la Salud. Pero en un estudio de modelización estadística realizado durante 18 años en 727 condados repartidos entre 14 estados de Estados Unidos, el equipo de Matthew Bozigar, de la Universidad Estatal de Oregón en Estados Unidos, ha descubierto una conexión entre la leucemia infantil y el radón, incluso en concentraciones que antes no se consideraban tan peligrosas.
La leucemia, el cáncer más frecuente en los niños, afecta a la sangre y a la médula ósea. Cada año se diagnostican en Estados Unidos unos 3.000 nuevos casos de leucemia infantil (definida en el estudio y por los Institutos Nacionales de Salud (NIH) estadounidenses como la que afecta a pacientes de hasta 19 años). La tasa de incidencia anual es de 4,8 casos por cada 100.000 niños.