La sustitución de billetes por plástico: historia de las tarjetas de crédito

Economía 08 de enero de 2024 Kiry Jiménez Kiry Jiménez
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En el Código de Hammurabi, el primer conjunto de leyes de la historia, que fueron dictadas por el homónimo rey de Babilonia en el año 1760 a. C, encontramos la primera referencia escrita a un sistema de crédito, con normas sobre préstamos, devolución e intereses, lo que prueba que la compra a plazos es tan antigua como la civilización. De hecho, nunca ha dejado de ser popular.

A finales del siglo XIX, los comerciantes del oeste norteamericano ofrecían a sus clientes monedas de cambio, una forma de crédito que les permitía pagar sus facturas una vez hubieran recogido su cosecha o vendido su ganado. En 1914, la Western Union dio un paso más y entregaba unas placas de metal a los clientes escogidos: quien la tuviera podía retrasar sus pagos hasta una fecha concreta. Diez años después, compañías como la General Petroleum Corporation hicieron lo mismo. Esas primitivas tarjetas de crédito solo se podían utilizar en el comercio que las emitía y tenían por objetivo principal fidelizar al cliente.

La crisis de 1929 detuvo el proceso, pero tras la II Guerra Mundial el mundo del dinero de plástico volvió a la carga. En 1946 un banquero de Brooklyn, John Biggins, lanzó la tarjeta Charg-It, muy similar a las de crédito modernas: el cliente podía utilizarla para pagar un producto a un minorista al cual el banco emisor le reembolsaba la cantidad que fuera, y que luego solicitaba al cliente. Era un buen sistema, pero solo unos pocos comerciantes, que eran los que tenían su tienda cerca del banco de Biggins, aceptaron la tarjeta Charg-It.

El concepto evolucionó en 1950 cuando surgió la Diner's Club Card, primera tarjeta de crédito moderna. Estaba diseñada para que se pudiera emplear en todos los restaurantes de Nueva York y, más adelante, en todos los de Estados Unidos. Según cuenta la propia Diner’s Club, la idea le llegó al empresario Frank McNamara en 1949 mientras cenaba con unos clientes en el Majors Cabin Grill de Manhattan. Cuando llegó el momento de pagar la factura, McNamara se dio cuenta de que había se olvidado la cartera en casa. De lo que pasó a continuación tenemos varias versiones. Según algunas, McNamara se libró de la habitual humillación de lavar los platos firmando un papel donde se comprometía a pagar la cena. Según otras, llamó a su mujer para que le trajera el dinero. Sea como fuere, Diner se refiere a esta anécdota com The First Supper, la primera cena.

La filosofía en que se basaba el Diner’s Club era “firma ahora, paga después”, como hacían los miembros de este club de comensales. McNamara, junto con su socio Ralph Schneider, emprendieron la creación del club con veintisiete restaurantes y doscientas membresías a razón de 3 dólares, que colocó a amigos y conocidos.

Alfred Bloomingdale, nieto del fundador de los famosos grandes almacenes Bloomingdale de Nueva York, fue nombrado vicepresidente del Diner’s Club. Fue un hombre adelantado a su tiempo, que predijo que el dinero iría desapareciendo y que aumentaría el uso de la tarjeta de crédito: “Llegará el día en que la tarjeta de plástico hará que los billetes queden obsoletos”, afirmó.

El negocio de Diner’s era doble: cobraba un 7% a las tiendas en todas las compras y por otro exigía a los poseedores de la tarjeta una cuota anual de 3 dólares. Este sistema se hizo popular muy rápido, y el primer año ya alcanzó los 20000 usuarios. Poco tardaron en subirse al carro otras empresas. Ocho años después de la fundación del Diner’s Club, American Express y Carte Blanche empezaron a emitir tarjetas, y el Bank of America hizo lo propio con su BankAmericard, hoy más conocida como Visa.

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