Derechos humanos: En 1918 se otorgó por primera vez el voto a las mujeres en el Reino Unido

Efemérides 06 de febrero de 2024 Kiry Jiménez Kiry Jiménez
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Inglaterra y el resto del mundo occidental estaban adentrándose en una época de profundos cambios económicos, políticos y sociales que pronto se dejaron sentir en la causa de las mujeres. Si en 1830 las feministas eran pocas y descoordinadas, treinta años después el movimiento había ganado fuerza y había dado con una causa esencial: la concesión del voto. Sólo cuando las mujeres participaran en la elección de sus representantes y, por tanto, en la elaboración de leyes, podrían derogar aquellas que las rebajaban a ciudadanas de segunda.

La expansión de la educación aumentó el público lector de libros y periódicos, cuyo contenido alcanzaba mayor difusión. Los ideales feministas comenzaron a tener cada vez mayor publicidad y a ganar más adeptos. En la década de 1860 empezaron a multiplicarse las asociaciones que defendían el voto femenino. Como argumentaba el filósofo John Stuart Mill, en un país gobernado por la reina Victoria, que había demostrado su gran capacidad como gobernante, ¿por qué no se iba a conceder a las mujeres los mismos derechos que a los hombres?

Estas primeras organizaciones creyeron tener una oportunidad de oro para conseguir sus propósitos. Una nueva ley electoral, aprobada en el año 1867, extendía el derecho a voto a un tercio de los hombres adultos. Pero en el articulado se refería a los mismos con la palabra men (hombres) en lugar de males (varones), por lo que se podía interpretar que el término englobaba a los dos sexos. Así que las sufragistas animaron a las mujeres a participar en las elecciones: una de ellas, Lily Maxwell, apareció en el registro de votantes gracias a un error y acudió a su colegio electoral para votar por un candidato afín a las sufragistas. Para evitar que su caso fuera el primero de muchos otros, meses después se aclaró que la ley no se refería en ningún caso a las mujeres.

Aunque perdieron la apuesta, su causa ganó en publicidad, para gran preocupación de los antisufragistas. Éstos opinaban que las mujeres estaban representadas por sus maridos y que, por otra parte, eran extremadamente influenciables por ellos, de manera que concederles el sufragio equivaldría a dar dos votos al esposo. Peor aún: en el caso de que defendieran causas distintas, se sembraría la discordia en los hogares. Por otro lado, el derecho al voto sería solo el principio: si las mujeres empezaban a votar, temían, pronto querrían ser diputadas y miembros del gobierno. Y eso sería perjudicial tanto para los intereses de la nación como para la salud de sus mujeres, que probablemente se resentiría a causa de la intensa actividad propia de la política.

Una carrera de fondo

Aunque los antisufragistas eran mayoría, poco a poco crecía el apoyo a la causa del voto femenino. En 1869 se daba un paso fundamental en Estados Unidos: Wyoming aprobaba el sufragio femenino. Mientras, en Gran Bretaña se empezó a permitir a las mujeres formar parte de las juntas de educación de distrito, cuyos miembros eran elegidos mediante votación. En 1894 esto se extendió a los consejos locales, lo que hizo menos extraña su imagen a pie de urna. Y en 1881, una nueva conquista mostraba cómo el voto femenino se acercaba a Gran Bretaña: la isla de Man, un dominio británico, concedía el voto a las mujeres viudas y solteras.

En 1869 se daba un paso fundamental en Estados Unidos: Wyoming aprobaba el sufragio femenino

Cada vez más personalidades prominentes miraban con simpatía a las organizaciones sufragistas, pero no se veían capaces de comprometer sus objetivos políticos defendiendo la causa de las mujeres. Conscientes de la necesidad de organizarse para ejercer presión y ganar apoyos, en 1897 diferentes organizaciones sufragistas constituyeron la Unión Nacional de Sociedades por el Sufragio Femenino (NUWSS en inglés), de la mano de Millicent Fawcett.

Sus miembros se dedicaron principalmente a tratar de ganar para su causa a los representantes políticos y a organizar mítines a pie de calle. Aunque hoy en día no nos lo parezca, entonces para una mujer era difícil romper el tabú y hablar en público. Margarette Nevinson, sufragista convencida, veía los discursos en la calle como algo vulgar y violento: se había educado a las mujeres en la necesidad de ser discretas fuera de sus hogares, y convertirse en el centro de atención les resultaba, como poco, extraño y vergonzoso.

Parte de la audiencia opinaba igual, y en ocasiones recibía a las oradoras con una lluvia de insultos, de objetos y hasta de golpes: la sufragista Charlotte Despard continuó su discurso en uno de estos mítines a pesar de que un huevo le había dado en plena cara. A otras muchas se les contestaba con comentarios sexuales, ya que se las consideraba moralmente equivalentes a las prostitutas. Frecuentemente la policía tenía que protegerlas de la masa enfurecida.

Carreras como la de medicina empezaron a admitirlas en sus aulas, y miles de ellas formaban parte de las juntas de educación y de distrito

Tampoco era fácil para las mujeres asistir como público. Cuando el padre de Esther Knowles se enteró de que había ido a una concentración sufragista, montó en cólera y pegó una paliza a su madre, que había dado su permiso. Pero fueron muchas las personas que conocieron las reivindicaciones feministas a través de estos actos, que de atraer a unos pocos curiosos pasaron a ser multitudinarios a principios del siglo XX. Un siglo que abría cada vez más caminos a las mujeres: carreras como la de medicina empezaron a admitirlas en sus aulas, y miles de ellas formaban parte de las juntas de educación y de distrito, comparadas con las pocas decenas de 1870.

Heroínas en la cárcel

Pese a las mejoras, para algunas sufragistas el voto seguía pareciendo lejano; eso era lo que opinaban las fundadoras de la Unión Sociopolítica de Mujeres (WSPU), creada en 1903 por Emmeline Pankhurst para luchar con más efectividad por la conquista del voto. Emmeline consideraba que para alcanzar este objetivo la organización debía funcionar como un ejército: sus órdenes nunca debían ser cuestionadas.

Las peticiones de democracia interna fueron desestimadas siempre por Emmeline, que expulsó a todos los que se mostraban en desacuerdo con sus decisiones; incluso una de sus hijas, Sylvia, tuvo que abandonar la organización por su tendencia a colaborar con el Partido Laborista. Y es que la líder se había comprometido a no colaborar con ningún otro partido político hasta que las mujeres obtuvieran el voto. Tampoco admitía la militancia de los hombres. Así, la WSPU fue perdiendo cada vez más miembros: en 1914 eran 5.000 frente a los 50.000 de la NUWSS presidida por Fawcett.

La WSPU desarrolló tácticas militantes que tenían una gran resonancia en la prensa, como interrumpir los mítines de otros partidos, intentar entrar en el Parlamento, presentarse en los domicilios de miembros del gobierno e incluso encadenarse a ellos. Estas acciones conllevaron con frecuencia la detención de sus protagonistas, que se negaban a pagar la multa que se les imponía y por tanto eran encarceladas. A su salida eran celebradas como heroínas, lo que les reportó una enorme propaganda. Sus partidarios se multiplicaron, y en 1908, una gran manifestación en Hyde Park congregó a más de 500.000 personas; incluso el conservador diario The Times afirmó que en el último cuarto de siglo no se había visto acto tan multitudinario.

Las acciones de las sufragistas se volvieron cada vez más espectaculares y, en ocasiones, violentas: como respuesta a la negativa a presentar peticiones al rey, derecho reconocido a sus súbditos, algunas mujeres de la WSPU empezaron a romper a pedradas las ventanas de las propiedades de miembros del Parlamento. Esto fue demasiado para la NUWSS, que decidió romper definitivamente con Pankhurst: para Fawcett era un error intentar conseguir con la violencia lo que debía basarse "en la creciente conciencia de que nuestra demanda es de justicia y de sentido común".

Soluciones radicales

Mientras tanto, el proyecto llegaba al debate parlamentario definitivo. Varios ministros del gobierno liberal opinaban que el perfil de mujeres al que se dirigía, propietarias solteras y viudas, votaría mayoritariamente conservador, por lo que se opusieron al mismo. Así, el proyecto que tantas esperanzas había suscitado fue descartado en 1912.

Para Pankhurst ésta era la señal de que había llegado la hora del argumento político más poderoso: el del cristal roto. Una minoría retomó la campaña de daños a la propiedad de manera más extensiva que antes, incluyendo la detonación de bombas e incendios en casas vacías. Como respuesta, el gobierno envió a cada vez más sufragistas a la cárcel, y para evitar los peligros y la poca popularidad de la alimentación forzosa aprobó la ley conocida como "del gato y del ratón" en 1913, que permitía liberar a las presas debilitadas por el hambre para volver a recluirlas una vez recuperadas.

El estallido de la Gran Guerra interrumpió la actividad de la WSPU. Pankhurst abrazó la causa patriótica y se puso a disposición del gobierno

La estrategia del gobierno tuvo éxito ante una opinión pública que desaprobaba los cristales rotos y las bombas. Los actos violentos empañaron la imagen del movimiento y dieron argumentos a quienes defendían que las mujeres eran seres demasiado emocionales para votar. Y aunque la consigna era dañar las propiedades, no la vida, cualquier fallo en la preparación de los atentados habría podido causar daños irreparables.

Nunca sabremos qué habría pasado de continuar así las cosas, porque el estallido de la Gran Guerra interrumpió la actividad de la WSPU. Pankhurst abrazó la causa patriótica y se puso a disposición del gobierno. Sin embargo, la NUWSS continuó su campaña. La actividad política de este grupo y la contribución femenina a la guerra en la retaguardia mientras los hombres luchaban convenció al Parlamento y a gran parte de la sociedad de que las mujeres merecían el voto tanto como sus conciudadanos.

En febrero de 1918 se aprobó la ley que concedía el sufragio a las mujeres mayores de 30 años y se extendía a todos los hombres de más de 21. La felicidad entre las sufragistas fue enorme, pero no completa. Las campañas continuaron hasta que diez años después, en julio de 1928, se equiparó la edad de voto femenina a la masculina, en una sesión parlamentaria a la que asistieron las protagonistas de la lucha por el sufragio, ya ancianas, como Fawcett y Despard, de 81 y 84 años, respectivamente. Charlotte Despard dijo entonces: "Jamás pensé que vería la concesión del voto. Pero cuando un sueño se hace realidad, hay que ir a por el siguiente".

National Geographic 

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