Lo bueno y lo malo de "la envidia"

Curiosidades 12 de febrero de 2024 Kiry Jiménez Kiry Jiménez
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La envidia se define, según la Real Academia de la Lengua Española (RAE), como un pesar del bien ajeno o como el deseo de algo que no se posee. En otras palabras, es un sentimiento de desagrado o resentimiento hacia otra persona por sus cualidades, logros o posesiones que uno mismo desearía tener.

En efecto, este sentimiento complejo y a menudo incómodo, ha sido objeto de estudio y reflexión a lo largo de la historia. Desde la filosofía (Sócrates la consideraba “la úlcera del alma”) hasta la psicología, la envidia ha sido analizada desde diversas perspectivas. Entretanto, la ciencia ha arrojado luz sobre sus mecanismos y consecuencias.

Algunos estudios neurocientíficos han demostrado que la envidia activa ciertas regiones del cerebro asociadas con la emoción y la autoevaluación. En concreto, se cree que la amígdala, una región del cerebro involucrada en el procesamiento emocional, muestra una mayor actividad cuando una persona experimenta envidia.

Además, la corteza prefrontal, que participa en la toma de decisiones y el control emocional, también puede verse afectada por este sentimiento negativo, lo que puede influir en el comportamiento de una persona en respuesta al mismo.

Ahora bien, los psicólogos han empezado a interpretarla con ciertos matices. Cuando se manifiesta de la forma más malévola, la envidia puede llevarnos a dañar a los demás e incluso a disfrutar con su sufrimiento. Sin embargo, no siempre tiene por qué estar impregnada de maldad.

Aristóteles ya describió su lado más oscuro y destructivo, pero también sugirió que la envidia podía impulsar a las personas a esforzarse más para alcanzar un objetivo determinado, algo que durante mucho tiempo se pasó por alto en las investigaciones científicas.

Los hallazgos de un grupo de psicólogos de la Universidad de Tilburg (Países Bajos) en 2009, publicados en la revista Emotion, vinieron a corroborar la caracterización del filósofo griego.

En concreto, descubrieron que las reacciones de los sujetos del estudio (participantes de Países Bajos, EE UU y España) se podían dividir en dos tipos: envidia maliciosa, caracterizada por pensamientos negativos y mala voluntad, y envidia benigna, en la que la hostilidad es menos evidente.

 “Experimentar sentimientos benignos de envidia conduce a una motivación positiva dirigida a mejorar la propia posición, mientras que la envidia maliciosa genera un impulso negativo dirigido a dañar la posición del otro”, en palabras de Niels van de Ven, psicólogo social de la Universidad de Tulburg y uno de los coautores del estudio.

Según los resultados, aunque los impulsos negativos seguían influyendo, los sujetos mencionaban sentimientos más positivos, como la admiración. Estos eran más propensos a creer que la persona envidiada merecía buena suerte y a expresar el deseo de compensar la diferencia con su propio esfuerzo.

Y es que, pese a que la envidia pueda ser dolorosa, también podría tener beneficios potenciales. Por ejemplo, algunos expertos han sugerido que puede motivarnos a esforzarnos más y a prestar más atención a nuestro entorno social y a los competidores potenciales. Es decir, la envidia podría alertarnos sobre nuestras desventajas y motivarnos a superarlas.

Estas conclusiones han surgido del trabajo de investigadores interesados en nuestra historia como especie. Los psicólogos evolucionistas Sarah E. Hill, de la Universidad Cristiana de Texas, y David M. Buss, de la Universidad de Texas en Austin (EE UU), sugieren que compararnos repetidamente con los demás podría haber ayudado a la especie humana a valorar cómo nos va en la vida.

En este sentido, la frustración y el sentimiento de inferioridad que provoca la envidia podrían actuar como una señal de alarma que nos advierta de la desventaja. Por tanto, los que están motivados por la envidia para compensar una deficiencia podrían haber tenido cierta ventaja sobre los que han sentido indiferencia.

Al mismo tiempo, los investigadores examinaron si la envidia pudiese haber mejorado nuestro rendimiento incluso hoy en día. Durante un experimento, pidieron a un grupo de estudiantes que recordaran situaciones en las que habían envidiado. Después, en una actividad aparentemente no relacionada, los participantes leyeron entrevistas ficticias sobre los objetivos profesionales de estudiantes de su edad.

Las personas que habían reflexionado sobre recuerdos envidiosos dedicaron más tiempo a leer las entrevistas y recordaron más detalles en una prueba de memoria que un grupo de control. Así, la envidia parece agudizar nuestra atención al entorno social y aumentar nuestro interés por los posibles competidores.

Controlar los impulsos

Sin embargo, aunque la envidia pueda ser una respuesta natural, generalmente la controlamos por varias razones. Se considera socialmente indeseable y en ocasiones tiende a ser muy desagradable, por lo que tendemos a ocultar nuestro malestar o transformar nuestras emociones. Se entiende que ejercemos autocontrol para sofocar los impulsos envidiosos antes de que estos tomen el control.

Según los investigadores, dado que los distintos tipos de envidia afectan al comportamiento humano de formas distintas, la autoevaluación y el control de los impulsos son factores clave a la hora de gestionar la parte negativa y en cómo influye en el comportamiento.

Aunque la mayoría de nosotros codiciamos las ventajas de los demás más a menudo de lo que nos gustaría admitir, por lo general no respondemos con envidia en toda regla. Para entender por qué, un equipo de la Universidad de Colonia (Alemania) liderado por los investigadores Jan Crusius y Thomas Mussweiler, se propuso averiguar cómo reprimimos los impulsos envidiosos antes de que se apoderen de nosotros.

Descubrieron que hacemos todo lo posible por ocultar nuestro descontento o transformar las emociones que la acompañan. En otras palabras, ejercemos el autocontrol para sofocar un brote de envidia.

Sin embargo, el autocontrol puede verse mermado por cualquier factor que limite nuestro pensamiento, como las interacciones complejas, la presión del tiempo u otras tensiones. Además, observaron que los que tienen menos autocontrol, demostraban más envidia y mayor deseo por las posesiones de otro.

¿Entonces estamos a merced de nuestros impulsos o se pueden controlar voluntariamente? Según estos expertos, “no tenemos por qué denigrar nuestros deseos, porque lo que causa dolor también puede conducir a la ganancia”.

En su argumento, “para acabar con la envidia maliciosa, puede ser útil concentrarse en los aspectos de la situación que están bajo nuestro control”. Por ejemplo, “si te obsesionas con el éxito de un colega, concéntrate en elaborar un plan para alcanzar tu propio objetivo. Si la envidia no consigue alimentar tu motivación, intenta apelar a la gratitud. No pensar en lo que nos falta, sino en todo lo que tenemos, puede ayudarnos a valorar nuestras propias cosas buenas y golpes de suerte” concluyeron.

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