
Pizzaballa, el cardenal Jerusalén que ofrece su vida por la paz, se vuelve figura clave en el Vaticano
Internacionales06/05/2025

El cardenal Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, se mueve con firmeza por los antiguos pasillos de piedra del patriarcado, en una región marcada por la guerra. Camina con pasos largos y seguros, con su sotana negra ondeando como si nadara contra la corriente. Nacido en Bérgamo, al norte de Italia, lleva 35 años entregado a su comunidad religiosa. “No tengo idea de qué hablan en Italia”, admite con sinceridad. Aún mantiene el contacto con su madre anciana, que lo une a su tierra natal.
En el Vaticano, el nombre de Pizzaballa comienza a sonar fuerte. Aunque es más joven que otros candidatos al papado, su experiencia en Gaza y su forma de hablar de la fe y la humanidad lo han vuelto una figura destacada. “Todo creyente se hace preguntas, yo también”, confesó en una entrevista poco antes de la muerte del papa Francisco. “A veces le pregunto a Dios: ‘¿Dónde estás?’. Pero después entiendo que la pregunta es: ‘¿Dónde está el ser humano? ¿Qué hemos hecho con nuestra humanidad?’”.
A sus 60 años, llegó a Jerusalén cuando tenía 25, recién ordenado como sacerdote. Creció en la pobreza, y al entrar a la vida monástica, sintió que al menos su familia tendría una boca menos que alimentar. Se inspiró en un sacerdote local que, montado en bicicleta, le transmitió alegría y vida espiritual.
Antes de la muerte del papa, su nombre se hizo conocido por un gesto que él considera “obvio”: nueve días después del estallido de la guerra entre Israel y Gaza, y dos semanas después de ser nombrado cardenal, se ofreció como rehén a cambio de los niños israelíes secuestrados por Hamás el 7 de octubre. “Estoy dispuesto a todo si eso significa devolver a los niños a casa”, dijo en una llamada con periodistas del Vaticano. La reacción mundial fue enorme, menos en Palestina. Al ser cuestionado, respondió: “También lo haría por los niños palestinos. No hay problema”.
Aunque reconoce que fue una respuesta ingenua, le sorprende que ningún otro líder, ni político ni religioso, haya hecho una propuesta similar. “Parece que muchos líderes están paralizados por su propio poder”, comentó. “La fe y el poder no combinan. Si quieres ser libre como líder religioso, no puedes depender del poder político, económico o social”.
Desde el comienzo de la guerra, Pizzaballa dijo con claridad que lo primero era liberar a los rehenes. “Si no se logra, no hay manera de parar la violencia”. Con 59 rehenes aún en manos de Hamás y la guerra en aumento, sus palabras parecen premonitorias.
Como fraile franciscano, ha vivido entre judíos y musulmanes, y lidera a los católicos de Israel, los territorios palestinos, Jordania y Chipre desde 2020. Tiene un doctorado de la Universidad Hebrea y puede debatir en hebreo con un rabino ortodoxo en YouTube como si fueran viejos amigos.
Sobrino del futbolista Pier Luigi Pizzaballa, parece un exatleta convertido en profesor. Pero su vida gira en torno a la fe. Como cardenal, ha alzado la voz en nombre de israelíes, palestinos y en especial los habitantes de Gaza. “Sentí la necesidad de ser la voz de mi gente ante el mundo, pero también la voz de la fe para mi pueblo”.
La guerra también lo obligó a reflexionar sobre la humanidad compartida. “El problema es que deshumanizamos al otro. Y eso no se debe hacer. El otro, quien sea, es un ser humano”. Ha liderado la Iglesia en varias guerras, pero asegura que esta ha sido la más difícil. “Hemos perdido todo: la confianza, los vínculos, los trabajos, las casas, el futuro…”, dijo con tristeza. Su comunidad en Gaza fue arrasada.
Visitó el enclave dos veces desde que comenzó la guerra: una en mayo y otra poco antes de Navidad. “Fue devastador. La impresión fue terrible”, confesó. Sin embargo, su fe lo ha sostenido. Aunque puesta a prueba, sale fortalecida. “La fe es lo único a lo que puedes aferrarte. Es lo que te permite ir más allá de ti mismo. Es confiar en alguien más”.
Durante sus visitas, compró alimentos a musulmanes de Jerusalén, los almacenó con apoyo de una empresa judía y los entregó a cristianos en Gaza. “En medio de tanta oscuridad, veo muchas luces. Y eso me da esperanza”.
Su sinceridad y compromiso han conmovido a los habitantes de Jerusalén, en su mayoría palestinos, que lo ven como un vínculo vivo con la identidad cristiana. Al subirse al vehículo que lo llevaría al aeropuerto Ben Gurión y al cónclave, un grupo de empleados y amigos lo rodeó y le cantó una bendición en árabe: “Señor, guía sus pasos con sabiduría, llena su corazón de espíritu y acompáñalo si es tu voluntad que guíe a tu Iglesia”. Fue una despedida sencilla, casi un adiós. Pero Pizzaballa, como siempre, no se dejó llevar por la emoción y concluyó con un pedido de oración y un firme “hasta pronto”.
CNN





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