Viendo 'Dogman' no podía dejar de pensar todo el rato en otras dos películas: En 'Willard' y en 'Pig'. En la primera, por el control que su protagonista ejercía sobre las ratas; en la segunda, por tratarse de una historia de venganza alejada de lo que cabría esperar de Nicolas Cage. O en el caso de 'Dogman', sobre los perros y por ser de Luc Besson.
En este punto me viene a la cabeza 'Anna', la anterior película del cineasta francés: Un cruce no especialmente reseñable entre 'Gorrión rojo' y su propia 'Nikita' de icónico recuerdo de cuya crítica rescato la frase "hacer girar la rueda como un hamster enjaulado hace girar su noria". Traducido al lenguaje cinematográfico: Ante todo entretener...
... porque inventar la rueda a estas alturas es complicado. Y Besson lo sabe tan bien como tan bien sabe rodar, siendo en la práctica un cineasta por lo general altamente eficiente. Como lo es 'Dogman', una película que por seguir con la analogía, no inventa la rueda pero se las ingenia para hacerla girar como si hubiera estado el día en el que lo hicieron.
No se puede decir que Besson sorprenda, pero tampoco que decepcione. Algo que también se puede aplicar a un Caleb Landry Jones al que tanto le gustan (y le pega) interpretar a tíos "raretes". Los dos conducen a 'Dogman', un drama excéntrico, desorbitado e inestable disfrazado de thriller queer y perruno, a una resolución del todo satisfactoria.
Cuando Besson justifica el por qué es un thriller y no un drama: Un peaje que no se siente como tal, prueba de la extraña convicción y el desparpajo orgánico de un filme bien planteado, resuelto e incluso rematado con un gran final. Por más que su descaro sea demasiado naif o imposible de creer, la rueda no por ello deja de girar, girar y volver a girar.